Cuidado con lo que sueñas, se te puede hacer realidad.
Seguramente las vueltas de la vida te van a traer por la Ciudad Luz. A mí me pasó.
Todavía recuerdo cuando, soñando despierta, yo me decía: “cuando tenga mi vida organizada voy a irme a estudiar francés a París, sólo por el placer de hablar francés”.
Y la vida empezó a tomar nota de mis sueños.
Todo lo que yo quería era hacer una maestría en otro país, en inglés (dado que todas mis apuestas iniciales fueron por esa lengua global), conocer personas de otros países, de otras culturas, enfrentarme a la aventura de aprender a cocinar (no me da pena decirlo) y vivir conmigo misma.
El destino, más caprichoso pero más sabio que yo, hizo que se fueran unos errores en mis calificaciones y yo quedara (después de enmendar el error) en la lista de espera para una maestría en Emprendimiento en Suecia. Sí, en Suecia. Evidentemente, en ese caso quedar en la lista de espera quería decir quedar por fuera.
Así que, con toda mi determinación, me fui a la oficina de relaciones internacionales de mi amada universidad (Icesi en Cali, Colombia) y pregunté dispuesta a todo: ¿a dónde me puedo ir? Y la respuesta mas insospechada salió de la boca de la directora:
⦁ Te puedes ir a Francia.
⦁ Pero yo no hablo francés!
⦁ No te preocupes, el máster es en inglés.
⦁ Ah, ¡Listo!
¿Ah, listo? ¿Ah, listo?
Sólo cuando llegué a Francia con dos maletas de 23 kilos, un back pack de 13 kilos, un bolso de 3 kilos y mi primer cuaderno de francés, entendí la locura en la que me había metido.
Todavía recuerdo, como si fuera ayer, cuando me bajé del avión, cuando me abrumó el Aeropuerto Charles de Gaulle (con sus múltiples terminales), cuando me di cuenta lo que significaba arrastrar maletas por el metro de París, y cuando me hablaban y no entendía nada.
Todavía recuerdo, como si fuera ayer, el momento, el instante, el segundo, en el que vi por primera vez el Arco del Triunfo, inmenso imponente, impresionante.
Mi primera crêpe en Montmartre, recoger los pasos de Amélie Poulin, la primera vez que vi la Opera Garnier, mi primera extraviada en el Museo de Louvre, la primera vez que me senté a descansar y a disfrutar el Jardín de las Tulerías, el día caluroso de agosto en que descubrí el Pont des Arts y caminé al lado de los vendedores de libros viejos hasta llegar a la maravillosa Catedral de Notre-Dame de París.
Todavía recuerdo la emoción cuando vi la Torre Eiffel por primera vez y me enamoré para siempre de ella. Viví mi primer atardecer en los Campos de Marte, viendo un grupo de jóvenes bailar la canción “Thriller” de Michael Jackson, que había muerto recientemente, con la torre como fondo. Recuerdo cómo la dama de hierro se fue iluminando, se fue vistiendo de un naranja dorado y luego me dio su espectáculo de luz y magia. La gente aplaudía como encantada, y yo me quedé sin palabras.
La he visto muchas veces y no me canso. Cada vez que la veo siento esa emoción y recuerdo que el destino, caprichoso y generoso, me puso aquí.
Es esa la razón de ser de DescubreParís.com: Los aprendizajes de varios años y el deseo de compartir esa emoción, mezclados en unas guías-circuitos detalladas y en unas guías personalizadas, sencillas y fáciles de entender al alcance de todos los hispanohablantes, para que no pierdan tiempo (ni dinero) tratando de entender todo (como lo tuve que hacer yo sola hace tiempo) y de ver todo lo hermoso de París, pero sobretodo para que disfruten al máximo esta experiencia.
Si sueñas o has soñado con París (o con volver), es muy probable que el destino confabule para traerte hasta acá.
Y aquí estamos desde hoy para ayudarte a hacer realidad ese sueño.
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